Con más de 5.400 años, el «Alerce Milenario», ubicado en la Patagonia chilena, no sólo desafía el paso del tiempo, sino también el impacto del turismo, el cambio climático y la burocracia estatal que aún no le otorga protección oficial.
El guardián de los siglos está en peligro
En lo profundo del Parque Nacional Alerce Costero, en la Región de Los Ríos, se alza un gigante silencioso apodado «Gran Abuelo». Este ejemplar de Fitzroya cupressoides, conocido comúnmente como alerce, no solo es un monumento natural de Chile, sino que, según un estudio científico publicado en 2022, podría ser el árbol más antiguo del planeta, con una edad estimada en 5.484 años.
El hallazgo, liderado por el científico chileno Jonathan Barichivich, del Laboratorio de Ciencias Climáticas y Ambientales de París, posicionó al Gran Abuelo por sobre otros árboles longevos del mundo, como el pino Bristlecone de California. Pero este prestigioso título ha venido acompañado de un desafío inesperado: su propia fama se ha convertido en una amenaza.
Desde que se dio a conocer su antigüedad, el número de visitantes ha aumentado significativamente, según advierten guardaparques y expertos ambientales. El sendero de acceso no está adaptado para recibir grandes flujos turísticos, y el pisoteo constante de los suelos cercanos al árbol podría alterar el delicado ecosistema que ha permitido su conservación durante milenios.
“Un solo paso mal dado puede afectar las raíces superficiales que lo alimentan. Su sistema no es profundo, y eso lo hace especialmente vulnerable”, explica Barichivich en entrevista con DW.
Cambio climático y falta de protección legal
Pero el turismo no es el único peligro. El Gran Abuelo también enfrenta los impactos del cambio climático, con alteraciones en los regímenes de lluvia, aumento de temperaturas y mayor riesgo de incendios forestales. A ello se suma un factor no menor: la falta de reconocimiento legal oficial como el árbol más antiguo del mundo.
Pese al respaldo científico y la cobertura internacional, el Estado chileno aún no ha declarado formalmente al Alerce Milenario como Patrimonio Natural, ni ha implementado nuevas políticas para garantizar su protección específica.
“El Ministerio del Medio Ambiente y la Corporación Nacional Forestal (Conaf) deberían actuar de forma proactiva para asegurar medidas de resguardo inmediatas”, señala la botánica María Cecilia Bravo, quien ha trabajado por décadas en conservación de flora nativa en el sur de Chile.

Carretera, monocultivos y desprotección: una receta peligrosa
Según relatan expertos citados por dicho medio, la apertura de caminos en esta área protegida podría convertirse en un catalizador para procesos irreversibles: aumento del flujo turístico sin control, impacto en las raíces superficiales del alerce, pérdida de biodiversidad, y apertura de corredores para la expansión de actividades productivas agresivas.
A esto se suma el crecimiento de plantaciones de especies exóticas como el pino y el eucalipto, cuya demanda hídrica y efecto sobre el suelo ha sido históricamente cuestionado por ambientalistas. Estos monocultivos, comunes en el sur de Chile, alteran el equilibrio ecológico y generan una competencia desigual con las especies nativas del bosque templado lluvioso.
Urge actuar antes de que sea tarde. No puede esperar otros mil años
Frente a este escenario, la comunidad científica y diversas organizaciones socioambientales han exigido al Estado chileno que adopte medidas concretas: detener cualquier avance en proyectos viales que afecten la zona, declarar al Gran Abuelo y su entorno como patrimonio natural con categoría de protección especial, y establecer un plan de manejo que limite la actividad humana directa en las cercanías del árbol.
El silencio institucional y la falta de regulación efectiva podrían transformar este ícono de la naturaleza en una víctima más del desarrollo mal planificado. La paradoja es tan triste como evidente: un ser vivo que sobrevivió más de cinco milenios podría desaparecer por una decisión tomada en un escritorio.
El Gran Abuelo sobrevivió imperios, glaciaciones y siglos de silencio, pero ahora depende de las decisiones humanas para seguir en pie. La paradoja es evidente: mientras más sabemos sobre él, más lo exponemos.
El llamado de Barichivich y otros científicos es claro: establecer un plan de manejo integral, con restricciones de acceso, monitoreo ambiental y un reconocimiento oficial del Estado chileno y de organismos internacionales como la Unesco.
De no hacerlo, el árbol más antiguo del mundo podría convertirse en el símbolo de una tragedia anunciada: la de un gigante que resistió el tiempo, pero no la indiferencia contemporánea.