Cada vez más artistas están pidiendo al público que guarde sus teléfonos durante los shows en vivo. ¿Pérdida de libertad o rescate de la experiencia real? En un mundo hiperdocumentado, algunos buscan que volvamos a estar presentes.
Una escena común en cualquier concierto de los últimos diez años: luces apagadas, el artista aparece en escena y, como si se tratara de un reflejo automático, miles de brazos se levantan… no para aplaudir, sino para grabar. Lo que debería ser un momento íntimo y colectivo se transforma en un mar de pantallas. Como si asistir no bastara: hay que registrar, mostrar, compartir.

Pero algo está cambiando. En los últimos años, distintas figuras de la música —desde Jack White hasta Sabrina Carpenter, pasando por artistas más alternativos como Mitski y bandas como The Strokes o Tool— han empezado a pedir expresamente que el público no use celulares durante sus presentaciones. En algunos casos, incluso se emplean fundas especiales llamadas Yondr, que bloquean el acceso al teléfono durante el evento, fomentando una experiencia 100% analógica.
(Ver: lollapalooza-2025-bajo-la-cortina-con-historica-presentacion-de-tool/)
El argumento detrás de esta tendencia es claro: volver al presente, rescatar la conexión real, recuperar la magia de lo irrepetible. Jack White, uno de los precursores de este movimiento, fue tajante en una entrevista: “Vengo a tocar para seres humanos, no para una colección de cámaras”. Alicia Keys, por su parte, lleva años usando tecnología de bloqueo en sus conciertos, y ha defendido la medida como una forma de cuidar el ambiente íntimo y espiritual que intenta crear en cada show.
Pero esta idea no está exenta de polémica. Para algunos, prohibir los celulares es una exageración, una especie de nostalgia elitista por tiempos que ya no volverán. Hay quienes señalan que grabar es parte de cómo hoy se vive la experiencia: no es solo una memoria, es una forma de participación, de vínculo digital con una comunidad global.

Sin embargo, la crítica de fondo parece tener sustento. Estudios psicológicos —como los realizados por la Universidad de California— sugieren que grabar constantemente puede reducir la capacidad de recordar una experiencia en detalle. Es decir, mientras más filmas, menos realmente vives.
Y no se trata solo de memoria. Hay algo emocional en juego. ¿Qué perdemos cuando estamos más preocupados de obtener el ángulo perfecto para subirlo a Instagram que de mirar al artista a los ojos? ¿Cuándo fue la última vez que nos permitimos estar en un evento sin pensar en cómo se vería desde afuera?
El fenómeno también refleja cómo la cultura millennial y la generación Z han aprendido a experimentar la realidad en dos capas: la vivida y la compartida. Y aunque muchas veces esto puede ser enriquecedor, también plantea nuevas preguntas sobre los límites de la conexión emocional. ¿Podemos realmente conmovernos con algo mientras estamos pensando en los filtros?

Curiosamente, este movimiento anti-celular ha encontrado eco en un público que, en muchos casos, está saturado de pantallas. Hay quienes agradecen la posibilidad de simplemente estar. Sin presiones de grabar, sin la ansiedad de subir contenido, sin el temor de perder seguidores por no documentar cada minuto.
Además, lo que en un principio parecía restrictivo, se ha convertido en un valor agregado. Asistir a un show donde no se permite el uso de celulares puede sentirse como una especie de acto de resistencia, una declaración silenciosa a favor de lo real, lo humano, lo presente.
Artistas como Florence + The Machine o Bob Dylan también se han sumado a esta cruzada, pidiendo silencio, respeto y atención. No es moralismo: es un llamado a la experiencia pura. Y aunque es poco probable que todos los conciertos del mundo adopten esta lógica, cada vez más artistas están al menos abriendo el debate.
Quizás no se trata de elegir entre grabar o no grabar, sino de recordar que hay algo profundamente valioso en vivir el momento. En cantar con los ojos cerrados, llorar con una canción, abrazar a quien tienes al lado. Porque por mucho que grabemos, hay cosas que solo se sienten en vivo. Y de eso, al final, se trata la música.